abril 09, 2009

JULIO CAMBA

Julio Camba (Villanueva de Arosa, Pontevedra, 1882 – Madrid, 1962) huyó de su casa a los 13 años. Llegó en barco a Buenos Aires, donde se interesó por el anarquismo y la literatura. Fue corresponsal del diario ABC en París, Berlín, Londres y Nueva York. Pedro Ignacio López García, editor de las obras de Camba, define a éste como “hombre inteligente, divertido y bueno; un escritor extraordinario; el mejor periodista español -y ya es decir- del siglo XX”. Cronista parlamentario, defendió, tras la guerra civil española, una ideología conservadora. Mantuvo su prosa limpia, elegante e irónica.

Un artículo periodístico enviado desde París en 1910:

EL TORRENTE DEMOCRÁTICO
-EL ANHELO DE UN FRANCÉS-

Terminadas las elecciones, el Gobierno comienza a repartir entre sus partidarios la cinta de la Legión de Honor. No va a quedar en Francia un solo chaquet sin su correspondiente cintajo en la boutonnière. Ya que yo no dispongo por el momento de la pluma de Maupassant -que ha consagrado la mitad de su vida a describir las vilezas, las humillaciones y las infamias de que es capaz un francés por obtener las insignias de la Legión de Honor-, quisiera tener, a lo menos, la pluma del maestro Arimón, mi compatriota, que, en una crítica de teatro, escribió esta frase inmortal: “En la interpretación se distinguieron todos”. La cinta de la Legión de Honor es un signo de distinción con el que se distinguen todos los franceses. El francés es un hombre muy condecorado, con una perilla o una mosquita, los pies muy grandes, una corbata de nudo hecho y los oídos llenos de algodón. La Legión de Honor les servía antes para distinguirse a los unos de los otros. Ahora les sirve a todos ellos para distinguirse de los demás. No tener la Legión de Honor es como no tener botas. Y no sólo la Legión de Honor ha dejado ya de constituir un signo de distinción entre los franceses, sino que, el que se presenta en alguna parte sin ella, pasa por un hombre que quiere llamar la atención. El patrón de mi hotel, M. Lefevre, me dijo el otro día, muy contento, que iban a condecorarle.
-¡Al fin voy a realizar el ideal de toda mi vida! Voy a obtener el fruto de mis desvelos…
-Pero, ¿es verdad -le pregunté yo- que se ha desvelado usted para que le den ese cacho de cinta?
-Me he desvelado durante muchos años. Mis dos ideales han sido la concesión del despacho de tabaco y las insignias de la Legión de Honor. El despacho de tabaco me lo concedieron hace tres años. Ahora van a otorgarme la cinta. ¿Y usted? -añadió-. ¿Por qué no gestiona usted una cinta?
-¿Y qué quiere usted que haga yo con una cinta?
-Pues muy sencillo. Se la pone usted en el ojal de la solapa. Francamente. Está usted excitando la curiosidad de todo el mundo saliendo siempre a la calle sin condecoración. Es como si quisiera usted distinguirse de los demás.
Aquí no salen sin condecoración más que las personas verdaderamente distinguidas. Los que no votan por el Gobierno, los que no tienen una mujer influyente y, en fin, los que no quieren parecerse a los demás. Pero son muy raros. No representan apenas un kilómetro en la infinidad de leguas de la cinta de la Legión de Honor. Los miembros de la Legión de Honor son verdaderamente legión. Parece inconcebible que pueda haber tantas personas de mérito a quienes darles las insignias, tantas virtudes, tantos sacrificios que premiar. Parece imposible que pueda haber tanta cinta. Pues la hay. La cinta de la Legión de Honor es como esas otras cintas que comienzan a sacarse de la boca los prestidigitadores y de la que van saliendo, de un modo inverosímil, metros y metros. Se ve y no se cree. La realidad de tanta cinta asombra, y los inteligentes que asisten al espectáculo le dicen a su mujer o a su amigo:
-Ahí debe de haber alguna martingala.
¡Dichoso este pueblo, bien comido y bien bebido, que no tiene inquietudes de otro género, y en el que constituye una satisfacción cada cachito de cinta de la Legión de Honor!

JULIO CAMBA

Texto publicado en el libro Julio Camba, Páginas escogidas (Espasa, Austral Summa; edición de Pedro Ignacio López García; Pozuelo de Alarcón, Madrid, 2003)

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