noviembre 26, 2009

HENRY MILLER

Henry Miller (Nueva York, 1891 – Los Ángeles, 1980), que tuvo en su país graves problemas con la censura, es autor de libros que ensalzan la sensualidad frente al puritanismo. Algunos títulos de obras prestigiosas: Trópico de Cáncer (1934), Trópico de Capricornio (1939), El coloso de Marussi (1941), Sexus (1949), El tiempo de los asesinos (1952), Plexus (1953), Nexus (1960).

Un fragmento de El tiempo de los asesinos:

¡A qué espíritus tan diversos ha afectado, alterado, esclavizado! Cuántos espaldarazos ha recibido y de hombres tan distintos en temperamento, en forma y en esencia, como Valéry, Claudel y André Breton. ¿Qué tiene Rimbaud en común con ellos? Ni siquiera su genio, ya que a los diecinueve años lo redime con propósitos misteriosos. Todo acto de renunciación tiene una sola meta: alcanzar otro plano. (En el caso de Rimbaud, se trata de una caída a otro plano). Sólo cuando el cantor deja de cantar está en condiciones de vivir lo que ha cantado. ¿Y si su canto es un reto? Entonces, surge la violencia y la catástrofe. Pero las catástrofes, como dijera Amiel, producen una violenta restauración del equilibrio. Y Rimbaud, nacido bajo el signo de Libra, escoge los extremos con la pasión de un equilibrista.
Siempre hay alguna varita invisible, alguna estrella mágica, que titila y, luego, la vieja sabiduría, la vieja magia, se derrumban. Muerte y transfiguración, tal es la eterna canción. Unos buscan la muerte que han elegido –ya se trate de la forma, del cuerpo, de la sabiduría o del alma- directamente; otros van hacia ella por caminos tortuosos. Unos acentúan el drama desapareciendo de la faz de la Tierra, sin dejar una huella, un indicio; otros hacen de su vida un espectáculo aún más aleccionador y estimulante que esa confesión que es su obra. Rimbaud arrastró tristemente su muerte. Diseminó su ruina en torno suyo, de manera que nadie pudiera dejar de comprender la suma futilidad de su tránsito. ¡En cualquier parte, fuera del mundo! Este es el grito de aquellos para quienes la vida no tiene ningún sentido. Rimbaud descubrió el verdadero mundo de su infancia, trató de proclamarlo en su juventud y lo traicionó en su madurez. Vedado el acceso al mundo del amor, todos sus esfuerzos fueron vanos. Su infierno no fue bastante profundo; ardió en el vestíbulo. Esta temporada fue, como sabemos, un lapso demasiado fugaz, pues el resto de su vida se convierte en purgatorio. ¿Le faltó coraje para nadar en lo profundo? Lo ignoramos. Sólo sabemos que rindió su tesoro, como si la carga fuera él. Pero ningún hombre puede escapar a la culpa de la cual fue víctima Rimbaud, ni siquiera quienes nacieron en la luz. Su fracaso nos parece formidable, aunque en realidad lo condujo a la victoria. Pero no es él, Rimbaud, quien triunfa, sino el inextinguible espíritu que en él ardía. Como dijera Víctor Hugo: “Ángel es la única palabra del idioma que no puede gastarse”.

HENRY MILLER
Fragmento del libro El tiempo de los asesinos (Alianza Editorial; Madrid, 1983). Traducción: Roberto Bixo. Revisión: Mercedes Fernández.
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: papercastlepress.com

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