enero 25, 2011

JUAN GRACIA ARMENDÁRIZ



Día noventa y nueve

A veces uno quisiera que este diario fuera un seppuku: el samurái que palpa con los dedos el punto del abdomen donde hundirá el filo del tanto, a fin de abrirse el vientre frente al lector, y que éste, en un gesto compasivo, alce la katana y de un golpe certero, le corte la cabeza y acabe con tan lamentable espectáculo. No, uno no puede abrirse el vientre a fin de que las palabras broten como vísceras humeantes. Sería una falta de respeto. Es una impostura más y un modo inelegante de mostrarse ante los demás, un estropicio innecesario y un poco maloliente, dicho sea de paso. Salvo que, en verdad, el escritor-samurái sea capaz de llevar a cabo el ritual y se inmole como Pavesse, diciendo aquello de "Basta de palabras: un acto". Pero uno, de momento, no está por la labor.

JUAN GRACIA ARMENDÁRIZ
De su libro Diario del hombre pálido

2 comentarios :

josef dijo...

Terrible siempre, lo del seppuku.
Un abrazo.

La mirada del mono dorado dijo...

brillante y curioso.

Un beso.