noviembre 17, 2011

María Jesús Valdés, fragilidad de fuego


Cuando vi por primera vez a María Jesús Valdés, en 1995 más o menos, yo llevaba diez años haciendo crítica teatral para diversos medios de comunicación, lo que significaba muchas veladas observando a actores y actrices de todo tipo. Fue con una notable obra de Sanchis Sinisterra, de título ‘El cerco de Leningrado’. Sólo dos intérpretes. La gran Nuria Espert acompañaba a Valdés, a la que no conocía de nada y de la que, en mi ignorancia, no había oído hablar. En mi mala memoria quedan pocas fotografías nítidas que hoy pueda extraer de las miles de horas que he pasado como espectador y, sin embargo, la menuda y bella figura de aquella mujer no se me ha borrado desde aquel día. Tampoco su voz, que por sí sola ya era merecedora de seguir a su dueña por cualquier teatro donde nos hiciera el favor de actuar.

No voy a hablar sobre su enorme carrera artística. Su fallecimiento ha puesto los datos al alcance de quien desee repasarlos. Pero sí quiero decir que el teatro es con su desaparición un lugar menos brillante y, sobre todo, más pobre en lo humano porque María Jesús era todavía mejor persona que actriz. Ya sé que esto se dice muchas veces de los muertos, pero de vez en cuando es verdad.

Se le veía disfrutar tanto con el teatro que me costaba imaginar qué debió de pasar por su cabeza y su corazón cuando, siendo una gran diva del teatro español, abandonó la escena a los treinta años porque las circunstancias de su vida la empujaron por un camino del que nunca renegó. Se había casado con el médico personal de Franco y en 1957 eso no era compatible con ser actriz, aunque la escena española estuviera a sus pies. Cuando tuve la suerte de conocerla personalmente, pude comprobar la enorme transformación que una mujer de apariencia tan frágil vivía en el escenario. Siempre, fuera con montajes de mayor o menor intensidad, sobre las tablas surgía una fuerza de la Naturaleza capaz de unir la dulzura de un gesto que parecía dibujado con música y la potencia de una figura esculpida en fuego. ¿Cómo esa mujer que sin duda nació para ser actriz entre mil pudo abandonar su pasión durante más de veinte años?

Un día se lo pregunté.Ya éramos amigos y tenía la suerte de poder compartir con ella conversaciones siempre alegres y entrañables. ¿Cómo pudiste dejarlo? Me pareció notar que no era un tema que le agradara tocar, pero bastó una frase para entender lo que supuso: “Lo peor era cuando me invitaban a los estrenos, prefería no ir, no podía soportarlo”, me dijo sin perder la sonrisa. ¿Y dónde quedó en tu vida el teatro? “Leía y leía muchas obras, era mi forma de hacer teatro”. No me atreví a seguir indagando, al fin y al cabo había vuelto. La vida le dio esa oportunidad y ella lo agradeció regalándonos actuaciones memorables por los mejores teatros y en pequeñas localidades, que esas cosas le daban igual. ¿Dónde encontrarás una actriz como ella, estimado Arrabal? ¿Cuándo la palabra de Arthur Miller podrá expresarse en esa esquiva sencillez sólo al alcance de los genios?

Una serie de televisión la hizo popular por un tiempo y se reía ante las curiosidades de su profesión. Siempre inquieta ante textos y personajes por llegar, el complicado ensayo de una obra en la que había puesto una vez más su ilusión se torció y su salud comenzó a empeorar. Pasaron algunos años y un maldito telediario dio la noticia. Se oye crujir de maderas por los escenarios. Y mucho silencio.

María Jesús Valdés falleció el 12 de noviembre.

ROBERTO HERRERO, periodista.

2 comentarios :

Anónimo dijo...

Debió de ser alguien muy íntegro. No es fácil hacer cierto tipo de renuncias por mucho que se ame.
Saludos
Raquel

Mos dijo...

Una grande en muchos aspectos. Sin ninguna duda.
Un abrazo de Mos desde mi orilla.